sábado, 30 de octubre de 2010

Tiempo



 
Vagando por la vida................
Paseando por el tiempo..............
Gozando el presente.................
Futuro..... ¿De que me hablas?

viernes, 29 de octubre de 2010

La profesión de Juanita



Corría el año 1985 en San Francisco de Macorís, pleno centro del Cibao dominicano.

La conocí una mañana en que me fue presentada para trabajar en casa.

Simpatizamos al intercambiar nuestras primeras palabras.

Necesitaba el trabajo y yo una persona que me tendiera una mano con mis tres hijos y soportara mi matutino mal genio.

Así ella se convirtió en mi mano derecha en un país donde todo era desconocido para mí.

Juanita era una delgada y atractiva mujer de raza negra, y digo era, porque no sé si aún camina por este planeta.

Juanita tenía cinco hijos, vivía de allegada en casa de su madre, no tenía marido ni nunca  lo tuvo.

Ella lavaba la ropa de sus hijos en una batea al sol del caribe y tendía las camisas blancas que  resplandecían como si fueran de plata, mientras sus hijos pequeños corrían a su alrededor desnudos.
Ellos eran hijos del rigor no conocían las hamburguesas ni tampoco jugaban con Legos.

Juanita, andaba por la vida ojerosa, pálida, con sueño, desorientada y angustiada. En varias ocasiones la encontré durmiendo sentada y apoyada en el mesón de la cocina.

Juanita sabía de embarazos no deseados, de amores de una noche y de hombres cobardes que desaparecían cuando su barriga aumentaba.

Juanita no quiso entrar al comedor esa noche que nos visitaba aquel europeo pedante y antipático, que olía a cigarro y licor trasnochado.

Me dijo muy nerviosa: ¡Ese señor no habla como yo!

Y este dato y otros que yo leía en su cara me dijeron que algo no andaba bien.

Juanita tuvo que asumir y decir su verdad; que durante las noches trabajaba de prostituta, que mantener este secreto ya le tenía el cuerpo cansado y permanecer en estado de alerta era agotador.

Juanita recibió mi abrazo de mujer y de hermana sin cuestionamientos.

Abandonó mi hogar con lágrimas y ambas quedamos con mucho dolor en el alma.

Nos habíamos contado muchos secretos, de esos que son solo de mujeres.

Ella era acogedora y sabía amar. Tal vez su profesión le había enseñado a ser humana.

Juanita me había dado el cariño de compañera y eso para mi era un gran regalo.

Por mi parte le había abierto las puertas de mi casa y de mi corazón.

Pero su vergüenza al saber que ya se conocía su secreto, fue una razón más que poderosa para nuestra separación.

Al tiempo, Juanita fue reclutada por una mujer que trabajaba en la embajada de un importante país europeo en Santo Domingo, y debía viajar a Grecia para ejercer la prostitución a cambio de muchos euros.

Le fue otorgado un pasaporte y una visa, algo que costaba mucho dinero y trámites muy engorrosos en este país caribeño.

A Juanita no volví a verla desde aquella mañana en que con un abrazo se despidió. Viajaba al viejo continente y sus hijos quedaban a cargo de su madre y su hermana. Nunca supe si los había visto crecer y hacerse adolescentes.

Juanita una hermosa muchacha que tenía los  ojos brillantes como una diosa.

Que me enseñó a bailar merengue y que cantábamos rancheras y boleros.



Hoy he recordado esto y mucho más.

A mi amiga Anabis y su familia dominicana.

domingo, 17 de octubre de 2010

Altamirano y la esquina



Al paco Altamirano le gustaba la nueva esquina que le habían asignado.
Su jefe, el Teniente Aguirre había anunciado la noticia en la ronda a la guardia esa mañana.
Él había sonreído con placer.

Cuidar al embajador de Palestina era un honor, pero tener a la Olga cerca, era mejor.

Su novia trabajaba en casa de los Araneda a cuadra y media de la Embajada
Su patrona doña Martita, una buena dama, que le permitía entrar a la cocina de su casa y mirar a la Olga con ojos lujuriosos de tanto amor.
Porque así era su amor, casto y puro, aunque las ganas se la sacaba caminando de una esquina a otra y mirando todo lo que sospechosamente se movía sin su permiso.

Su relación con la Olga era de varios años, la había seguido por todos sus trabajos, cuidando y mimando a esta mujer que deseaba que a futuro fuera su esposa y madre de sus hijos.

Los paseos de ellos por el parque cercano se hacían frecuentes y los vecinos comentaban lo caballero que era el paco Altamirano y que suertuda la Olga.

Todo esto bajo la mirada atenta y envidiosa de Jacinto Flores el jardinero municipal, que los espiaba cuando podía.

La Olga por su parte mantenía esa imagen de casta que dignificaba con sus candentes y anchas caderas las que sabía mover con gracia, su piel suave de diosa, sus piernas bien formadas, sus manos amasadoras y calientes, sus ojos soñadores que abría y entrecerraba según la ocasión de la pasión que su sexo requería, y en esto Altamirano era exacto, daba lo que su ley permitía.

Así el tiempo pasaba en la vida de los vecinos, del embajador, de Doña Martita, del jardinero municipal, y de todo aquel que quisiera participar de sus románticos manoseos en la esquina del parque con la embajada.

El café que tomaban en la mesa de la cocina, era eternas tertulias bajo la vigilancia atenta de los dueños de casa que deambulaban muy cerca.

Muchos eran los sueños que Altamirano quería para él y su Olga.

En la casa de los Araneda se dormía temprano, Doña Martita hacía la última ronda, daba las bendiciones y las buenas noches a sus pequeñas niñas y por supuesto a Olga.

Cuando sonó el timbre el silencio del metódico hogar se afectó y quedó en el aire.
Doña Marta abrió la puerta con temor de saber que a esa hora podría ser una mala noticia. Fue un alivio cuando vio a Altamirano con su uniforme verde amistad.

-Doña Marta disculpe la hora ¿Puedo hablar una palabrita con Usté?-  
Dijo con su habitual parquedad y solemnidad.

Doña marta lo guió hasta la cocina y le ofreció café, su rostro estaba desfigurado y sus ojos despedían rayos que ella jamás había visto.
Esto la asustó, pero su religión le permitía creer en las personas y este hombre le daba la confianza necesaria.

Altamirano con  voz temblorosa, dijo:  
¡Necesito su permiso para entrar al cuarto de la Olga!

Ella había pasado en su vida por muchas cosas, enfermedades, dolores, revoluciones y noches en vela esperando a su esposo, pero esto era nuevo.
¿Como dejaba entrar a este hombre al cuarto? Donde dormía la inocente niñera, la de su confianza.

Algo doloroso se reflejaba en este fuerte hombre y dijo a mucho pesar:
¡Vamos, lo acompaño!

El cuarto de Olga estaba al fondo del jardín donde el gran palto no dejaba entrar la luz, ni del sol ni de la luna, era el lugar donde Altamirano jugaba con los pechos y besaba la boca carnosa de esta novia, que calentaba su sexo hasta doler.
Como no iba a recordar si en cada dedo tenía grabado cada pedacito de la piel de su diosa.
Se sintió excitado al punto que lo percibió en su pantalón institucional y sintió mucha vergüenza dada la cercanía de esta santa dama.

Doña Marta golpeó con sus frágiles nudillos la puerta, y con  voz dulce que usaba siempre que requería a Olga a horas que no eran de trabajo, la llamó.

La puerta se entreabrió y como siempre era habitual asomó su cara soñolienta y sus ojos que excitaban a este novio.

¡Seño!
¿Qué pasa, las niñitas?  Exclamó.

Con llamaradas en su mirada y perdiendo toda su habitual compostura empujó la puerta con el poder que le daba el permiso de la dueña de casa y el uniforme de la institución que amaba.

El cuerpo de Olga apareció con toda su desnudez que se suponía casi un secreto de estado  ante los atónitos ojos de Doña Marta.

Y al fondo del cuarto desnudo con la erección a vista y paciencia de todos y con el espanto en su rostro, estaba el fantasma de Jacinto Flores, el jardinero municipal.

Esposado con la cabeza gacha y la humillación por aureola, fue empujado Flores y sentado en el auto-patrulla.

Altamirano con autoridad daba la orden a sus colegas.

¡A éste me lo cagan p’a siempre! 


A mi amigo Javier Aguirre.


http://www.facebook.com/note.php?saved&&note_id=442265821215

domingo, 10 de octubre de 2010

Sabor a cielo



Ella usaba poleras con teorías escritas que él intentaba leer 
y resolver con atención.

Volaban sus ropas, se tropezaban con muebles, 
se arrimaban a los muros, 
se montaban y se desmontaban el uno del otro.
Así era cada vez que él traspasaba el umbral 
y ella cerraba la puerta.


Rogó que lo dejara arrancar 
la polera y las teorías escritas 
y ella se escondió entre frazadas 
que ahorcaban y cobijaban. 
Entonces la vergüenza 
le hacía cerrar sus ojos 
y el entendimiento, 
él reía de su actuación.

Sus dedos de hombre apasionado 
caminaban cada milímetro 
por los recodos de la loca geografía de la pasión, 
jugando a hurgar, a reconocer, a memorizar.
Los detenía en la curva peligrosa del placer 
y desde ahí subía por su ondulado pelo
trepando hasta sus sueños.
Los hacía bajar solo al escuchar 
sus femeninos gemidos 
y el rápido aliento de mujer 
en sus oídos 
y con alevosía 
volvía a trepar hasta los cabellos 
que se desparramaban sobre la almohada.

Así ella retorcía su pasión como gata en agosto, 
buscando la boca que detenía su sed 
y gozando el roce que entregaba  
la suavidad de la seda desnuda, 
al cuerpo que se dejaba seducir.

Y subiendo a tientas posándose  
en la luna de su bosque 
como el más experto astronauta 
en su nave espacial, 
tomaban el sol, 
tocaban las estrellas 
y envolviéndose en la lujuria pegajosa 
preguntó a que sabía su sexo.

Ella rió descaradamente 
y respondió:
¡A Cielo!