jueves, 14 de marzo de 2013

Los pepinos me indigestan


Los pepinos me indigestan tanto como a Domingo Faustino...

En realidad miré la mentira en los ojos del farsante en cuestión y me dejó perpleja con su negación rotunda al hecho mismo. De ahí solo miré las desfiguradas letras que se entremetían en sus dientes y se adherían como sarro de siglos entre el molar uno y el dos de su lado izquierdo, y era así como para que, cuando esbozara una sonrisa de galán matador, no se salieran de su encantador colmillo
Fue ahí que noté que la saliva se teñía de pánico y él apuraba en embucharla, que su lengua se ponía torpe y su modulación cojeaba al compás de sus sonidos.
A  todo esto, yo miraba atónita en los ojos del mentado tramposo y ante semejante situación intenté salvarlo.  Mi argumento fue decirle que deseaba abrazarlo y enumerar mi amor de a poquito. Amor que ya empezaba a aflojar de mi cuerpo. Caí en la cuenta de que sus ojos ya no tenían brillo del que yo me había extasiado en algún encuentro fortuito, que su estatura, ya no era del porte de cuando yo empinaba mis pies para alcanzar su boca, que su estómago pronunciado me estaba molestando, y que el sabor de su beso me empezaba asquear…
Y como suelo decir en algunas ocasiones extremas con la expresión que arranca de mi interior, dije: 

¡CHUCHA!

Ahora la cosa se pone peligrosa, el pobre tipo está a punto de tragarse la mentira y se va a envenenar. Con mucho cariño y contención intente darle una mano y poniendo ojos de enamorada, le regalé una sonrisa… pero la maldita mentira triunfó, me escupió diez letras bañadas en mierda, por lo que casi vomitó encima del pobre espécimen, que  se puso más tartamudo aún y en su pecho percibí que su corazón ya estallaba… revoloteaban las mentiras en el aire, eran soldados que marchaban con sus impecables uniformes, bien alineados, bien peinados y bien parecidos. Casi estuve a punto de resbalar y caer en sus brazos, y casi me convencen al momento que  embelesada admiraba las pericias marciales y tramposas…
La mentira daba vuelta y lo seducía como calurosa amante y el calamitoso hombre tenía tanto pánico de sucumbir a la verdad que terminó tragándose cada una de las letras, la frase completa, el engañador sustantivo, el falso adjetivo, así sin anestesia y con mucho disimulo, dijo:

¡No sé mi amor de que me hablas!

Pero como Sarmiento decía:
"Me indigesta más una mentira que un pepino". (La historia era que la hermana le había mentido a cerca de no tenía pepinos para el almuerzo, porque a Domingo Faustino Sarmiento le caían mal); me fui a cerciorar de que no se habían acabado los pepinos y que  la mentira existía, que era verdad lo que yo había visto, leído, sufrido y llorado con mis propios ojos…
Fue así que entré a la cocina, tomé el pepino más verde y fresco… le quité su cáscara con el cuchillo más afilado y elaboré una apetitosa ensalada…
Preparé la bandeja y le dije:

¡¡Buen provecho!!

Al atardecer mientras la mentira dormía su inocente siesta, se revestía de un intenso color rojo asomando una posible alergia…



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