viernes, 29 de octubre de 2010

La profesión de Juanita



Corría el año 1985 en San Francisco de Macorís, pleno centro del Cibao dominicano.

La conocí una mañana en que me fue presentada para trabajar en casa.

Simpatizamos al intercambiar nuestras primeras palabras.

Necesitaba el trabajo y yo una persona que me tendiera una mano con mis tres hijos y soportara mi matutino mal genio.

Así ella se convirtió en mi mano derecha en un país donde todo era desconocido para mí.

Juanita era una delgada y atractiva mujer de raza negra, y digo era, porque no sé si aún camina por este planeta.

Juanita tenía cinco hijos, vivía de allegada en casa de su madre, no tenía marido ni nunca  lo tuvo.

Ella lavaba la ropa de sus hijos en una batea al sol del caribe y tendía las camisas blancas que  resplandecían como si fueran de plata, mientras sus hijos pequeños corrían a su alrededor desnudos.
Ellos eran hijos del rigor no conocían las hamburguesas ni tampoco jugaban con Legos.

Juanita, andaba por la vida ojerosa, pálida, con sueño, desorientada y angustiada. En varias ocasiones la encontré durmiendo sentada y apoyada en el mesón de la cocina.

Juanita sabía de embarazos no deseados, de amores de una noche y de hombres cobardes que desaparecían cuando su barriga aumentaba.

Juanita no quiso entrar al comedor esa noche que nos visitaba aquel europeo pedante y antipático, que olía a cigarro y licor trasnochado.

Me dijo muy nerviosa: ¡Ese señor no habla como yo!

Y este dato y otros que yo leía en su cara me dijeron que algo no andaba bien.

Juanita tuvo que asumir y decir su verdad; que durante las noches trabajaba de prostituta, que mantener este secreto ya le tenía el cuerpo cansado y permanecer en estado de alerta era agotador.

Juanita recibió mi abrazo de mujer y de hermana sin cuestionamientos.

Abandonó mi hogar con lágrimas y ambas quedamos con mucho dolor en el alma.

Nos habíamos contado muchos secretos, de esos que son solo de mujeres.

Ella era acogedora y sabía amar. Tal vez su profesión le había enseñado a ser humana.

Juanita me había dado el cariño de compañera y eso para mi era un gran regalo.

Por mi parte le había abierto las puertas de mi casa y de mi corazón.

Pero su vergüenza al saber que ya se conocía su secreto, fue una razón más que poderosa para nuestra separación.

Al tiempo, Juanita fue reclutada por una mujer que trabajaba en la embajada de un importante país europeo en Santo Domingo, y debía viajar a Grecia para ejercer la prostitución a cambio de muchos euros.

Le fue otorgado un pasaporte y una visa, algo que costaba mucho dinero y trámites muy engorrosos en este país caribeño.

A Juanita no volví a verla desde aquella mañana en que con un abrazo se despidió. Viajaba al viejo continente y sus hijos quedaban a cargo de su madre y su hermana. Nunca supe si los había visto crecer y hacerse adolescentes.

Juanita una hermosa muchacha que tenía los  ojos brillantes como una diosa.

Que me enseñó a bailar merengue y que cantábamos rancheras y boleros.



Hoy he recordado esto y mucho más.

A mi amiga Anabis y su familia dominicana.

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