Los pepinos
me indigestan tanto como a Domingo Faustino...
En realidad miré la mentira en los ojos del farsante en cuestión y me dejó
perpleja con su negación rotunda al hecho mismo. De ahí solo miré las desfiguradas
letras que se entremetían en sus dientes y se adherían como sarro de siglos
entre el molar uno y el dos de su lado izquierdo, y era así como para que,
cuando esbozara una sonrisa de galán matador, no se salieran de su encantador
colmillo
Fue ahí que
noté que la saliva se teñía de pánico y él apuraba en embucharla, que su lengua
se ponía torpe y su modulación cojeaba al compás de sus sonidos.
A todo esto, yo miraba atónita en los ojos del
mentado tramposo y ante semejante situación intenté salvarlo. Mi argumento fue decirle que deseaba abrazarlo
y enumerar mi amor de a poquito. Amor que ya empezaba a aflojar de mi cuerpo. Caí
en la cuenta de que sus ojos ya no tenían brillo del que yo me había extasiado
en algún encuentro fortuito, que su estatura, ya no era del porte de cuando yo
empinaba mis pies para alcanzar su boca, que su estómago pronunciado me estaba
molestando, y que el sabor de su beso me empezaba asquear…
Y como suelo decir en algunas ocasiones extremas con la expresión que arranca
de mi interior, dije:
¡CHUCHA!
Ahora la
cosa se pone peligrosa, el pobre tipo está a punto de tragarse la mentira y se
va a envenenar. Con mucho cariño y contención intente darle una mano y poniendo
ojos de enamorada, le regalé una sonrisa… pero la maldita mentira triunfó, me
escupió diez letras bañadas en mierda, por lo que casi vomitó encima del pobre espécimen,
que se puso más tartamudo aún y en su
pecho percibí que su corazón ya estallaba… revoloteaban las mentiras en el aire,
eran soldados que marchaban con sus impecables uniformes, bien alineados, bien
peinados y bien parecidos. Casi estuve a punto de resbalar y caer en sus brazos,
y casi me convencen al momento que embelesada admiraba las pericias marciales y tramposas…
La mentira
daba vuelta y lo seducía como calurosa amante y el calamitoso hombre tenía
tanto pánico de sucumbir a la verdad que terminó tragándose cada una de las
letras, la frase completa, el engañador sustantivo, el falso adjetivo, así sin
anestesia y con mucho disimulo, dijo:
¡No sé mi amor de que me hablas!
Pero como
Sarmiento decía:
"Me indigesta más una mentira que un pepino". (La historia era que la
hermana le había mentido a cerca de no tenía pepinos para el almuerzo, porque a
Domingo Faustino Sarmiento le caían mal); me fui a cerciorar de que no se
habían acabado los pepinos y que la
mentira existía, que era verdad lo que yo había visto, leído, sufrido y llorado
con mis propios ojos…
Fue así que
entré a la cocina, tomé el pepino más verde y fresco… le quité su cáscara con
el cuchillo más afilado y elaboré una apetitosa ensalada…
Preparé la
bandeja y le dije:
¡¡Buen provecho!!
Al atardecer mientras la mentira dormía su inocente siesta, se revestía de un
intenso color rojo asomando una posible alergia…