Siempre creyó
que era un estúpido amor, que la habían encandilado un par de ojos negros y que
su cuerpo se podría resistir a sus manos y a su boca.
Que esta era
uno más de sus caprichos, que con un ir y venir en algún momento dejaría de partir
hacia y él de aparecer, que podría pasar de un lado a otro con la misma
soberbia de saberse pretendida, y así lo había programado…
Y así
comenzó su deslizar tras la vida de aquel amante, día tras día cuando se miraba
en el espejo en las apuradas mañanas, y se levantaba por dos tazas de café y un
par de tostadas, pensaba que el tiempo la estaba convenciendo de que era el
amor perfecto.
Pero todo se
complicó cuando el destino le dio por enredar a su orgulloso corazón y de amor
perfecto vino el hechizo para convertir la
casualidad en amor incondicional… aquél que aprisiona la vida y la envuelve
entera en transparente, suave y sutil papel de arroz, y lo inmoviliza con cinta
de seda, tan plácido y tibio como el mejor de los orgasmos.
Y hela aquí
suspirando y mirando el atardecer, esperando que la noche oscurezca el cielo y
él la encierre en sábanas y caprichos… y a ella no se le extingan en ningún
tiempo los besos y el goce de rascar su cabeza para que el descanso sea el
mejor desvarío de amor… y permanecer en un nuevo amanecer.
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