Me confesaron
que el mar es desaprensivo y devora sin mirar a quién, y se beneficia de la
marea alta para devolver lo que no apetece.
Que disfruta
engullendo amores y desamores… invitando a ilusos y enamorados a contemplarlo
desde sus rocosos acantilados.
Que acorrala
en sus traidoras corrientes y que luego escupe para amontonar en sus doradas y tibias arenas.
Que se
apodera de los náufragos mensajes, los regala a las sirenas y les murmura al
oído, que son de su puño y letra.
Que inventa
barcos fantasmas para que los marineros pierdan el rumbo embelesados por la
pesadilla de ser abrazados por sus turbulentos remolinos.
Que planea terribles
y asesinas tempestades para mostrar su fuerza y su poderío absoluto.
Que triunfa en
cada una de las guerras que discurren los humanos en la batalla de conquistar
el mundo, para advertirle al capitán que él es su superior al mando de su
cabina.
Que ostentosamente
engaña al sol para contemplar su nacimiento y
muerte, y que humildemente se refleja a los pies de sus aguas.
Y aunque el
mar de la mano de Poseidón intenta deslumbrar, son los delfines y Neptuno los
que resguardan sus astillas de sal que brillan en el plateado de su
transparente oleaje.
Y podrían
ser los seguidores de Baco, que siempre deliran al golpe mareador del dorado licor,
para ser el pirata soñador y encontrar el acaudalado tesoro en sus profundidades.
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