Parió cinco hijos y a todos los tuvo entre risas, gritos y lágrimas de emoción, los amamantó con sus dos pechos hasta que los primeros dientes le indicaron que debía olvidar esta tarea, y secar su leche.
Anduvo encorvada de tanto pasitos que enseñó con ese amor maternal de educarlos y hacer tres futuros hombres y dos futuras mujeres.
Soportó adolescencias, rebeldes y sin causas.
Parió con hija y nueras, retoños que le regalaron sonrisas de por vida.
Amó con fiel devoción al hombre que se llevó en su corazón su virginidad, y durante 30 años, lo mimó con la pasión que él le enseñó a su inexperto cuerpo de niña mujer.
Amó al padre, al hermano, al amigo, con vida y delicadeza de samaritana.
Se la llevó la muerte sin anunciarle que la iba a visitar, cuando no era el tiempo, y aún tenía ganas de correr, bailar y jugar con sus nietos.
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