Me bajé del colectivo a las tres en punto,
me sudaba la frente y las axilas,
pero aún así quería encontrarme con el Juan.
Caminé por la gran entrada que daba de lleno a la laguna,
el sol picaba como lo hacía en el mes de enero.
Pocos eran los que a esa hora paseaban.
El Juan no se divisaba por ninguna parte
y yo seguía sudando.
Con una Coca helada en la mano
que estiró hacia mi,
pude mirar sus ojos
y terminar de derretirme.
Ahí sobre el pasto caliente nos besamos
hasta el atardecer.
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