Siempre fueron de a tres.
Le gustaba tanto él como su marido.
Al primero nunca respetó y al otro le rindió pleitesía.
Entre mentiras y engaños pasó la vida, de uno cuidó y al otro utilizó, más cuando la edad avanzó ya no sabía a quién amaba y a quién no.
Se desposó con libreta y ceremonia con uno y al otro prometió entre sábanas y sexos apurados no abandonarlo nunca.
Ya no sabía cual era el olor de cual, y con cual su pasión respondía más. Tampoco supo que pasaba cuando la añoranza le removía el cuerpo. A quién evocaba más y quién era el preferido de su sexo.
Los llamo siempre ¡Preciosos! para así no equivocarse. Y su frase al oído: ¡Lo amo o lo adoro! Era por igual.
Su piel olía a ellos sin distinción y su boca tenía el sabor de ambos.
Y sus ojos miraban, y sus oídos oían y su olfato olía a dos machos sin distinción.
Sus manos tenían la pericia de recordar donde ir y donde no, de recorrer y parar, de presionar y acariciar sin hacer diferencia.
Su cintura se movía cuando escuchaba los conciertos de sinfonías sensuales de dos bocas y nunca se equivocó de movimiento, tampoco defraudó a esos viriles sexos, dueños de sus piernas y de su humedad.
Sabía decir con su boca lo apropiado y besar con la misma pasión mezclando sabores y olores.
Cada mañana amanecía en unos brazos y evocaba los otros.
Cada mediodía corría a unos brazos y apurada los encontraba en silencio.
Cada noche lo acariciaba y consentía con el afán de una geisha.
Aquella mañana en que se encontraron cara a cara los tres, fue cuando ellos se enteraron cuanto los amaba a cada uno y por parejo a ambos.
Entonces cada corazón se hinchó en el pecho de aquellos dos varones y en cada uno latió fuertemente el orgullo de un amor correspondido.
Y todo esto, por ser de a tres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario