Nuestra ropa interior ha tenido un rol
muy singular en situaciones de amores, seduciendo a reyes, inspirando a poetas
y amantes.
Les contaré de mis
calzones, que pretensión, mejor hablaré de “Todos’’ los que usamos las mujeres,
sin distinción de color o de clase.
Porque pedirles a
los hombres que usen calzones es como decirles calzonudos, y puedo a veces
estar muy enojada con el sexo opuesto, pero nunca tanto.
Los míos son de
colores y hermosos –por lo menos así lo aprecio- y debe ser, en parte, por lo
que me cobran por cada uno. Son de buena calidad para que sus elásticos no me
jueguen una mala pasada y me dejen con mi intimidad a la vista y beneplácito de
todos en la calle.
Siempre los compro
rojos para la pasión, amarillos para la buena suerte, azules para los jeans y
de encaje negro para mi adorado amante.
Son de tamaño
pequeño y ajustado, tanto así que a veces no sé si van puestos en su lugar.
Me gustaría que
todos los vieran, esto de querer ser vedette le aflora a una. Mal que mal
tienen historias para contar y las que podrían contar.
Mi contacto con
ellos partió con la primera prenda que me puso mi madre y me dijo: Que no podía
hacerme más “pipí” y menos mojar mis nuevos calzones. Desde ese día comenzó
este matrimonio a la fuerza, porque en realidad si me hubieran preguntado me
habría quedado usando pañales, y en este punto no me detengo.
Aprendí a bajarlos
con delicadeza y a subirlos sola. Así llegó el tiempo que empezaron a
traicionarme, no podía subir a los árboles, dar de volteretas y menos sentarme
con las piernas abiertas, porque se escuchaba de inmediato, ¡Se te ven los
calzones!
Y todos tenían la
autoridad para gritarlo aunque algunos se deleitaban.
Y así apareció el
pecado original y comencé a esconderlos y sentir vergüenza de usar esta prenda
conflictiva.
Apareció mi
primera muestra que me hacía mujer, conocieron las toallitas higiénicas, los
tampones y también aprendí que no podía bajarlos sin cuidados externos. Llegó Cupido
y conocí la pasión, los amores furtivos y los verdaderos.
Me enamoré y
empezaron a jugar un rol importante, los elegía con cuidado, delicados, con
encajes sensuales y muy provocativos. Aunque ahora me pregunto ¿Para qué? Si
eran arrancados sin piedad, con alevosía y pasaban debajo de camas de mala
reputación.
Pero el amor llega
y apareció quién usando manos de dedos delicados, de boca que susurraba palabras
seductoras y murmullos al oído, y me invitaba a sacarlos. Entonces fueron
desprendidos de mi piel con delicadeza, cantando algún bolero o el mejor tango,
o recitando poesías baratas y obscenas.
Así, entre
compromiso de marido y mujer, y luna de miel conocieron barrigas aumentadas,
llantos, cansancios y miedos a este papel de mujer, para pasarme la vida
dándoles la importancia que le había dado mi madre cuando me puso el
primero.
Llegaron tiempos
de nidos vacíos, de calores y mal genios y siguieron siendo los culpables.
No fue fácil
batallar con ellos, tenía que aprender a seguir siendo mujer, con la madurez de
usar esta prenda y que no dejara de ser provocativa.
Pero el tiempo me
ha enseñado que todavía los puedo seguir usando ajustados a mi piel, de colores
y muy pequeños.
Porque vendrán
tiempos en que ya no me importará cuan grandes y deformes sean.
Solo serán causa
de la risa de los nietos, quienes se acordarán de; “los calzones de la
abuela”.
Total la función
siempre la han cumplido y la harán mientras tenga vida, mantener mi
trasero calentito y resguardar mi intimidad. Que para esto me los puso mi
madre, cuando me dijo que no me hiciera pipí en los calzones.
Y dijo:
¡Fuera pañales!