jueves, 22 de marzo de 2012

Mote con Huesillos



Las carreteras son tediosas y aburridas, cuando el calor y el tráfico se juntan, y si a eso, le agregamos las averías de mi camioneta. Entonces ya el genio lo traía al revés, la sed me ahogaba la garganta y mi trasero estaba inquieto como adolescente.

Debido a que el motor no rendía la velocidad que yo deseaba, mi mal humor aumentaba, soñaba con una Coca-Cola traspirada, bien  helada. Tanto la deseaba, que me parecía sentir sus burbujas chispeantes entrar por mi nariz.

Las modernas auto-pistas están hechas para que uno solo se detenga en las estaciones de servicios. Donde solo encontramos hamburguesas, platos preparados y mucha bebida gaseosa, que a la hora de estar sentado, son bastantes incómodas para el estómago.

Intentando distraerme lo justo y necesario para no tener un accidente, leí unos letreros pintados a mano con irregulares letras que decía: “Mote con huesillos’’

Solo de pensar en que acabarían con mi sed, y no tendría que mirar la modernidad que nos ha aniquilado nuestras tradiciones, detuve el vehículo y me bajé estirando mi cuerpo adolorido.

Una lona, o sea eran dos, ambas distintas, daban la sombra necesaria y que la brisa terminaba de hacer lo propio. El suelo estaba húmedo y bien barrido. Una mesa y cuatro sillas bien acomodadas y muy plásticas, era el menaje del lugar.

Me recibió un cálido ¡Buenas Tardes!
que resonó al viento como canto de sirena.
Di vuelta mi cuerpo que a la vez seguía estirando y acomodando, y fue cuando encontré un par de ojos verdosos, un pelo rubio dorado y una piel dorada por el sol…
¡que combinación!

Saludé:
¡Buenas! ¿el mote está bien frío?
Pregunté con las ganas de volver a escuchar la voz de aquella diosa.

Contorneo sus caderas lo que hicieron que mis ojos se fueran a donde no debemos mirar, ni menos cuando la calentura comienza a llegar al entrepiernas…

Frente a mis narices, estaba un vaso de vidrio, esos que se compran por miles y resisten los aporreos de las cantinas, y una mano pequeña de delicados dedos.

Mi cabeza daba vueltas

¡Señor, le traje el más frío… sino que gracia tiene parar por aquí!
Si el mote es malo, hago mala fama entre los camioneros y el negocio se me va al hoyo.
¿Y entonces como mantengo los chiquillos?
¿Se imagina?
¡Ay ni dios lo quiera que me falte trabajo!
Que el invierno es largo por acá y ellos no paran de comer.

Y siguió con su cuento…
Mientras yo escuchaba los trinos de su voz, la cercanía me permitía mirarme en sus ojos de aguas verdes. Y su aroma a bosque y campo de lavanda hacía volar la imaginación… o sea la mía.

Le pedí una botella de agua mineral para bajar lo dulce del mote aunque creo que fue pretexto para volver a recrear mis ojos en las redondas y cadentes nalgas.

Las pausas de su conversación eran largas, a lo que yo agregé un:
¡Y’’!
y ella proseguía.

Relató cuentos de la zona, de sus padres, de cómo había llegado a la carretera, de sus hijos y ahí sus ojos brillaban más.  

Creo que si me pidieran repetir una frase, no podría… en mi cabeza no quedó la más mínima palabra. Yo solo escuchaba su trino y respiraba inhalando cada vez más fuerte su aroma, que a esas alturas me hacía volar.

Me imaginaba a esas mujeres que cuentan sus quehaceres como panadera, como campesina, como ama de casa, como cocinera, como hija cuidando a los viejos padres y acariciando cabelleras blancas.
Como madre acunando a sus hijos, curando heridas y secando lágrimas.
Como amante, porque sí tenía hijos, hombre habría habido en su vida.

Y entonces caí en la cuenta que los celos me empezaron a llenar la cabeza y pensé:
¿que estaba haciendo?… sino sabía ni su nombre.

Entregué el vaso y pregunté cuanto era, le estiré un billete y ella metió los dedos entre sus senos y sacó un rollo de billetes y una pequeña bolsa con monedas, me estiró el vuelto y dijo:
¡Gracias Señor!
por escuchar, pocos son los que pasan por aquí y preguntan que hago sola en este lugar tan solitario…
Más al invierno tengo “sanguches’’ de malaya, café o té calientito. El pan, amasado por mis manos…
¡Vuelva cuando quiera!

Le estiré mi mano para llevarme su tacto y algo de su olor.

Subí a mi estropeada camioneta para seguir rumbo a la capital.

Había conocido a una diosa…
bueno así dijo mi amiga Cecilia cuando le conté

Me soltó la frase con su acostumbrada risa:
¡Esas mujeres son las calientan, como dice un amigo!

No sé que amigo será…..
para mi que son cosas de ella.


A mi amigo Roberto Lira

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