sábado, 24 de julio de 2010

La dama del lago




Ella ha esperado a su amor por muchos años y se ha acicalado para estar a la altura del amante que prometió el destino mandar.
No le han faltado los aceites y aromas para acariciar su cuerpo, los ha elegido con esmero, optando por los de fina calidad y de preferencia con aromas a naranjos y limones, pero no ha dejado fuera de su elección, la lavanda y el sándalo.
Después de despertar y muy soñolienta, todas las mañanas acostumbra a tomar su baño en ese recodo del lago, donde el frío viento sur no se cuela en las gélidas mañanas de ese paraíso sureño.
La rutina, la de siempre, sin apuros ni trámites.
Su delicada y fina camisa de noche arrugada y adherida a su cuerpo, marca cada curva y pliegue. Y la hacen caminar con la sensualidad que lleva en la soberbia de saberse hermosa, y del conocimiento de su cuerpo. Al que conoce centímetro a centímetro.
El ritual de esparcir el jabón y champú en la palma de sus manos, los que iban a parar al pelo y al cuerpo, haciendo una blanca espuma que a esa hora de la mañana brillaba plateadamente a los primeros rayos del sol.
¡Qué cuadro era aquella escena!
De su pelo rubio caían las gotas de agua que seguían por los caminos donde los deseos impúdicos hambrientos buscaban deleites en sus dedos, a los cuales ella ponía y sacaba a su antojo para sentirse amada. Nunca saciaba sus apetencias en este paso, solo se deleitaba en dar y quitar lo que su voluntad deseaba.
Nunca usó toalla, exponía su cuerpo al tibio sol y admiraba cada gota que iban evaporándose una a una, las plateadas y doradas que desaparecían mientras ella se contemplaba en el éxtasis de saberse la diosa Eros.
Siempre sus ojos cumplían la misión de dar el placer de la contemplación por largos minutos, sabía que eso le producía la humedad necesaria para que su sexo la dejara entrar con el placer de no hacerse daño.
Elegía sus aceites con el cuidado que le otorgaba el pensar en el amado que vendría. Cada esencia para cada parte de su cuerpo.
El sándalo lo esparcía por sus brazos haciendo movimientos circulares y haciendo bailar sus dedos desde las axilas al codo y siguiendo hasta sus suaves manos, su olor le evocaba maderas antiguas.
La lavanda y su perfume añoraban campos de susurros clandestinos con la luna brillando de asombro. Esta era esparcida desde el cuello a los senos donde el deleite era jugar y soñar con sus pezones creyendo que su amado podía percibir su aroma a la distancia.
Naranjos en flor, canta el tango y ella lo evocaba entre el placer de tocar sus piernas y masajearlas para dejarlas suaves a la espera de las soñadas caricias.
Dejando al limón y su ácida aroma, limpio, penetrante, incitante, apetitoso y provocador que adherido a sus dedos tenía el picor del deleite en su sexo.
Aquí detenía el tiempo, lo prolongaba sin urgencia, era su momento, soñar con el amado que vendría a regocijarse en los encantos, que ella preparaba cada mañana en este ritual.
Esta princesa esperaba día a día, mañana a mañana, a su galán que una vez prometió acariciar esa suave piel con sus dedos de avezado y atractivo seductor.

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