sábado, 24 de julio de 2010

El prendedor de corbata

Catalina usaba la falda larga y miraba el horizonte, caminaba con el candor de su delgadez destilando esa sensualidad inocente que provocaba sólo a los soñadores.

Catalina iba y venía por el arte, tanto recitaba como pintaba. Lo que sus manos tocaban despedían estrellitas que la hacían mágica.

Todas las mañanas se la veía pasar en su bicicleta con su sombrero que ponía hasta sus ojos a los que ella ocultaba reservando su brillo solo a quién apreciase esto.


La mañana de aquel miércoles de enero, brillaba con su cielo azul y su brisa tibia, prometiendo la temperatura de la época del año. La radio temprano ya había anunciado sobre los 32°C, por lo que su ropa era escasa.


A la velocidad de su fresco perfume la vio pasar Alberto desde su balcón cuando tomaba un café con Estela, su mujer, la que se percató de su mirada brillante, y dijo:

Ay! Catalina que audaz tu transparencia de hoy. Ante lo cual Alberto la miró y rió. Aunque maliciosamente pensó – Que tal una visita a su taller hoy-


Catalina modelaba su greda con su delantal lleno de barro y colores, sus dedos entraban y se perdían en la masa que gozaba de esas caricias.

Se sentó sensualmente en el torno con sus piernas abiertas y su amasada bola de barro y así la encontró Alberto con su espalda al descubierto invitando a toda su hombría. Y con su delicadeza de amante incorregible la abrazo por la cintura, deslizando sus mano a través del plano estómago, encontrando sus costillas que sí sabían de cosquillas y abrazos, ella se dejó y sólo volteó para encontrarse con esos labios con sabor a pecado y traición.

Con pericia le fue levantando la falda hasta encontrar su humedad y su flor abierta a él. Ella giró su cuerpo para descubrir a su erecto sexo y dejarlo entrar como lo hacían cada mañana, donde las preguntas no estaban invitadas en este tiempo.

Catalina lo dejaba y respondía como una gata a cada embate de Alberto. El torno giraba al ritmo de la música que sólo el barro conocía y que agradecía convirtiéndose en una hermosa vasija.

Alberto quedó satisfecho como siempre, su hombría le agradecía su osadía y Catalina muy sonriente con sus ojos más pequeños, más brillantes y su inocencia habitual.

Estela entró al taller cuando el mediodía ya apuntaba el cielo y el sol quemaba sin piedad.

-¡Buenas! ¿Son buenas si o no?-

Preguntó al aire y acotó:

¡Tu vestido de hoy! lo quiero ver, es maravilloso, si hasta a Alberto se le pusieron los ojos blancos al desayuno. Creo que lo dejaste sin comer mis panqueques con miel, ¡y mira que si le encantan! Salió apurado a su reunión de lunes y es miércoles ¡que ubicado anda!

Y tomando el vestido para sobreponerlo en su cuerpo, con estupor encontró el prendedor de corbata de Alberto pinchando a la mariposa azul que parada sobre las flores de tul y gasa y que a pesar de haber sido traspasada, aún vivía.


Catalina pasa en bicicleta a su taller con su hijo Jeremías cada mañana, con su pelo y su vestido al viento, lleva la sonrisa de la niña inocente de siempre.

http://www.diariouno.cl/sinclasificar/el-prendedor-de-corbata/

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