sábado, 24 de julio de 2010

Crónica de una seductora


Después del colgar el teléfono y aceptar la cita para la tarde, abrió su bata de levantar y observo detenidamente la imagen de su cuerpo en el espejo. La sorprendió como aún se conservaba lozano y joven. Deslizó suavemente los dedos por su piel tersa y sedosa. La cuidaba con esmero y mucha dedicación. Y siempre que cada dedo recorría un trozo de piel, llenos de cremas y aceites, sus sueños se perdían entre los recuerdos de los momentos compartidos con él.

Se había enamorado de aquel periodista, de sus ojos seductores, de sus manos de músico y de su labia de galán. Y perdidamente enamorada era que se sentía.

Las citas eran siempre las que él proponía y la rutina, la de siempre no variaba. Ella hacía las compras para la cena y él dejaba las llaves debajo del limpia pies.

Conocía su afán de encerrarse en su lugar sagrado.

Nunca dejó de golpear la puerta hasta aquella tarde en que quiso sorprenderlo. La abrió despacio y con suavidad, no quería que sintiera su proximidad. Miró a su alrededor, escuchó la música, su preferida, en portugués. El escritorio estaba frente a la ventana y de espaldas a la puerta, su biblioteca atiborrada de libros y discos. Su cenicero lleno de cigarros a medio consumir y el papelero lleno de hojas arrugadas con la ira del resultado nulo del escrito. Pues gustaba de mascar los lápices que dibujan en esas hojas en blanco y que eran sus notas de defensor de las causas perdidas.

Lo vio sentado en su escritorio frente al montón de papeles y a su ordenador. Éste que siempre mantenía y no quería que nadie le moviera ni un milímetro. Era su orden y su espacio, la intimidad que todos respetaban.

Lo abordó por la espalda, tomó su mentón y le dio un beso en la frente, a lo que rezongó diciendo con arrogancia; ¡Estoy ocupado!

Pero al sentir su perfume cedió a las caricias y ella se fue reptando por el respaldo de su silla hasta lograr meterse entre éste y él. Él sintió en su cintura el sexo húmedo de ella, se resistió a las caricias y protestó. Lo abrazó besando su espalda y lamiendo su cuello, susurrando palabras a su oído, su aliento tibio le hizo cosquillas y sus rebeldes manos se metieron en el pantalón. Lo acarició sin preguntar nada, aunque trataba de murmurar incoherencias, que ya a ese momento eran una jerigonza que ni él ni ella descifraban. Solo su jadeo le indicó que siguiera.

Aunque su ego de macho le indicaba resistirse se dejó seducir y ella sintió su sexo arrogante y triunfante a sus anchas en su placentera mano y feliz de tanto gozo.


Pasó mucho rato en este deleite de sentirse amado y seducido, donde ese orgullo de ser siempre el seductor se perdió entre tanto placer.


Muy despacio fue cambiando la posición hasta quedar sentada en sus rodillas delante de su sexo, quién veleidoso y orgulloso de estar en esta plenitud, entró invitado por sus piernas abiertas como alas de mariposa, a libar el mejor néctar de esta flor que se ofrecía para ser tomada a destajo.

Entrando y saliendo, dando y quitando, sumando y restando el placer de sentirlo virilmente incansable, estuvieron por mucho tiempo. Entre las canciones de sus jadeos y las de Amalia Rodríguez y sus cuerpos entrelazados, la silla y el escritorio se tornaron rojos de vergüenza al sentir tanta pasión que resbalaba desbordando por los muros de ese refugio, que profanamente osó invadir todo el erotismo que al cuerpo le aflora, cuando se dicen sus nombres y escuchan sus voces.

Salió de aquel lugar con el cuerpo agradecido y con el corazón rebosante. Sabía que por primera vez lo había sorprendido.

Esta vez había sido ella la seductora…

http://www.lanacion.cl/cronica-de-una-seductora/noticias/2010-04-10/190011.html

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