lunes, 18 de mayo de 2009

Ropa interior




 Nuestra ropa interior ha tenido un rol muy singular en situaciones de amores, seduciendo a reyes, inspirando a poetas y amantes. 

Les contaré de mis calzones, que pretensión, mejor hablaré de “Todos’’ los que usamos las mujeres, sin distinción de color o de clase. 

Porque pedirles a los hombres que usen calzones es como decirles calzonudos, y puedo a veces estar muy enojada con el sexo opuesto, pero nunca tanto. 

Los míos son de colores y hermosos –por lo menos así lo aprecio- y debe ser, en parte, por lo que me cobran por cada uno. Son de buena calidad para que sus elásticos no me jueguen una mala pasada y me dejen con mi intimidad a la vista y beneplácito de todos en la calle.
Siempre los compro rojos para la pasión, amarillos para la buena suerte, azules para los jeans y de encaje negro para mi adorado amante.
Son de tamaño pequeño y ajustado, tanto así que a veces no sé si van puestos en su lugar.
Me gustaría que todos los vieran, esto de querer ser vedette le aflora a una. Mal que mal tienen historias para contar y las que podrían contar. 

Mi contacto con ellos partió con la primera prenda que me puso mi madre y me dijo: Que no podía hacerme más “pipí” y menos mojar mis nuevos calzones. Desde ese día comenzó este matrimonio a la fuerza, porque en realidad si me hubieran preguntado me habría quedado usando pañales, y en este punto no me detengo.

Aprendí a bajarlos con delicadeza y a subirlos sola. Así llegó el tiempo que empezaron a traicionarme, no podía subir a los árboles, dar de volteretas y menos sentarme con las piernas abiertas, porque se escuchaba de inmediato, ¡Se te ven los calzones! 
Y todos tenían la autoridad para gritarlo aunque algunos se deleitaban. 

Y así apareció el pecado original y comencé a esconderlos y sentir vergüenza de usar esta prenda conflictiva.
Apareció mi primera muestra que me hacía mujer, conocieron las toallitas higiénicas, los tampones y también aprendí que no podía bajarlos sin cuidados externos. Llegó Cupido y conocí la pasión, los amores furtivos y los verdaderos.

Me enamoré y empezaron a jugar un rol importante, los elegía con cuidado, delicados, con encajes sensuales y muy provocativos. Aunque ahora me pregunto ¿Para qué? Si eran arrancados sin piedad, con alevosía y pasaban debajo de camas de mala reputación.
Pero el amor llega y apareció quién usando manos de dedos delicados, de boca que susurraba palabras seductoras y murmullos al oído, y me invitaba a sacarlos. Entonces fueron desprendidos de mi piel con delicadeza, cantando algún bolero o el mejor tango, o recitando poesías baratas y obscenas.
Así, entre compromiso de marido y mujer, y luna de miel conocieron barrigas aumentadas, llantos, cansancios y miedos a este papel de mujer, para pasarme la vida dándoles la importancia que le había dado mi madre cuando me puso el primero. 

Llegaron tiempos de nidos vacíos, de calores y mal genios y siguieron siendo los culpables.
No fue fácil batallar con ellos, tenía que aprender a seguir siendo mujer, con la madurez de usar esta prenda y que no dejara de ser provocativa.

Pero el tiempo me ha enseñado que todavía los puedo seguir usando ajustados a mi piel, de colores y muy pequeños.
Porque vendrán  tiempos en que ya no me importará cuan grandes y deformes sean.
Solo serán causa de la risa de los nietos, quienes se acordarán de; “los calzones de la abuela”. 

Total la función siempre la han cumplido y la harán mientras tenga vida, mantener mi trasero  calentito y resguardar mi intimidad. Que para esto me los puso mi madre, cuando me dijo que no me hiciera pipí en los calzones.

Y dijo:
¡Fuera pañales!

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